Romina V. De Lorenzo
En las últimas décadas los estudios de género han venido a cuestionar, visibilizar y proponer la transformación de realidades que generan inequidad en los distintos ámbitos de nuestra vida. Principalmente cuestionando aquellos que se sostienen en relaciones de desigualdad y se transmiten mediante la socialización de género. Es decir, cuestionando la forma en que nos hemos educado a lo largo de nuestras vidas entendiendo que algo ‘debe ser’ femenino o masculino. Educación que responde a un momento histórico y cultural pero que, como los estudios de género plantean, nada tiene que ver con diferencias ‘naturales’ sino que son meras construcciones y creencias que, como tal, debemos repensar para garantizar la salud de todas/os.
En este contexto, el ámbito laboral está atravesado también por dichos supuestos. De hecho, uno de los organizadores sociales ha sido históricamente lo que se ha llamado “división sexual del trabajo” que -alegando la diferencia ‘natural’ entre varones y mujeres - organizó la sociedad entre quienes hacen trabajo productivo y reproductivo. Entendiendo lo productivo como aquel trabajo con salida al mundo laboral, remunerado, reconocido, espacio de las masculinidades; y el reproductivo como aquel vinculado a los cuidados de las personas, el sostenimiento del hogar y la familia, obligación impuesta a las mujeres.
Por suerte, todo ello se ha ido transformando a partir de visibilizar que tales diferencias no existen ‘naturalmente’, sino que han sido construcciones sociales y culturales que pueden ser repensadas para garantizar el acceso a los diferentes ámbitos y roles a todas las personas por igual, sin prejuicios mediante. De este modo, desde la OIT y sus constantes recomendaciones, hasta los diferentes organismos nacionales y regionales, vienen trabajando para garantizar la igualdad en el ámbito laboral.
Sin embargo, exige una constante revisión por parte de cada organización, dado que son ideas y creencias que pueden continuar operando y con ello violentar o atentar contra las personas que integran las diferentes organizaciones. Por ejemplo, si bien las mujeres se han garantizado el acceso al mundo laboral, las tareas del hogar quedan -explícita o implícitamente- muchas veces a su cargo. Lo cual significa doble carga laboral (en caso de que sea quien las ejecuta) o, al menos, una gran carga mental (en caso de que pueda tercerizar las tareas en otra persona) dado que es quien aún tercerizando, debe gestionar las actividades. Por otro lado, los varones que hoy desean implicarse en el vínculo y crianza de sus hijas/os, toda vez que implique alguna licencia o permiso laboral se encuentran con obstáculos administrativos, dado que todo el sistema de licencias suele tener sesgos de género por el cual sólo atribuye tareas de cuidado –y por ende, permisos- a las mujeres. Todo lo cual, sostenido en el tiempo, atenta contra la salud mental de dichas personas, sus vínculos y su carrera laboral empieza a dar cuenta de obstáculos invisibles que no permiten un crecimiento.
Por ello, pensar el ambiente laboral en clave de género se vuelve necesario. Muchas veces existen estereotipos de tareas, roles y puestos vinculados al género que sostienen las desigualdades que mencionamos. Muchas otras, se sostienen conductas y vínculos que se fundamentan en “modos de ser” pero que tienen de trasfondo cuestiones de género. Con ello se atenta contra el desarrollo de las personas, pues en vez de atender a sus competencias, muchas veces se cercenan sus carreras por supuestos y prejuicios propios de quienes están en cargos de decisión.
En MUVON acompañamos procesos que impliquen transversalizar la perspectiva de género en la cultura organizacional, pues creemos que es una de las claves que garantiza salud en todas/os sus integrantes.
Esto implica de nuestra parte, trabajar mancomunadamente con cada organización a los fines de conocer sus estructuras, analizando las prácticas que se sostienen, posibles sesgos que se rastrean en la cultura organizacional, las construcciones vinculares y los mensajes que circulan tanto implícita como explícitamente. Es importante revisar los desafíos que cada identidad generizada tiene, potenciar los recursos de todas las personas en un clima laboral libre de discriminación, prejuicios y violencias. Para potenciar acciones concretas que promuevan el acceso equitativo a cargos, el desarrollo saludable de cada persona (y por ende, de cada espacio), eliminando barreras de género así como posibles violencias entre sus integrantes.